domingo, 28 de agosto de 2011

Cartas ante notario

Al depositarlos el notario en mis manos pensé que eran tres bultos insignificantes y mal olientes, cuatro cajas de zapatos ligados con un cordel de esparto, estuve intrigada hasta que identifiqué un camafeo con el retrato de mi abuelo enganchado por un pegote de cera que hacía al mismo tiempo de cierre, como en esas cartas de antaño. Iba en el coche y podía oler ese olor, se había quedado en mis manos, aproveché la parada del semáforo para buscar una toallita fresca de limón, de esas que te ofrecen cuando vas a un restaurante y que acabas dejando en el fondo del bolso; por suerte encontré una dentro de la guantera, ¡qué suerte la mía! Pero estaba tan deteriorada que la humedad de la toallita había abandonado la funda metálica que la protegía, o sea, seca como un klinex, pero aún olía bien, encontrarla me hizo recordar que hacía mucho que no iba a un buen restaurante, porque la verdad, a mí nunca me ha dado por comprar monodosis perfumadas.
Tenía muchas ganas de llegar a casa, quería deshacerme del olor a polvo y paquete viejo porque eso me estaba trasladando al pasado y hoy precisamente no me apetecía para nada recordar.