lunes, 31 de diciembre de 2012

Fresas, champagne y sueños



Me paró justo cuando bajaba del autobús, hacía algunos meses que no nos veíamos y en su manera de asaltarme deduje que tenía muchas cosas que contar. Nos dirigimos a una cafetería cercana que suele estar repleta de super nanys, como las apodó en su día mi amiga Elena, son las madres que dejan a sus hijos en el colegio mientras ellas hacen tiempo hasta que salen. Por suerte la cafetería estaba lo suficientemente llena como para hablar y nuestras conversaciones se perdiesen en el murmullo y lo suficientemente vacía como para encontrar una mesa aislada de ese murmullo. Empezó contándome algo que ya era muy común en ella, volvía a tener un rollito con alguien, pero lo que menos podía imaginarme era con quién, porque esta vez no era el típico compañero de trabajo, ni el conocido en un viaje de verano, no, esta vez había ido más lejos. Se había empeñado en apuntarse a una de esas fiestas Remember que tan de moda están ahora y sabiendo que a ella iban a acudir algunos ex compañeros de instituto a los que hacía años les había perdido la pista y le hacía gracia volver a ver, lo que no imaginaba es que la mayoría iban a asistir con su pareja. Julia nunca ha sido mujer de un solo hombre, suele cansarse rápido de ellos, pasa de ver el hombre perfecto la primera semana a quitarle puntos en menos de un mes, pero últimamente con el instinto maternal al descubierto va pidiendo a gritos sentar un poco la cabeza.
He de reconocer que nunca la había visto tan ilusionada, pero jamás podía imaginarme que el príncipe asignado esta vez fuese Pedro Guzmán, amigo de ambas en nuestra adolescencia durante el bachillerato. Al parecer todo empezó esa noche de Remember...
Se intercambiaron miradas, palabras, algún bailoteo y nueve dígitos. Empezó a enseñarme fotos de esa noche, esas fotos horrorosas hechas con el teléfono por uno mismo quedando las caras deformadas, se les veía muy contentos e incluso muy acaramelados, en alguna incluso se podía ver a la mujer de Pedro, Sonia, que también conocíamos de la época, a todos los fotografiados se les veía con sonrisas de alcohol, algunas canas, arrugas y frentes despejadas por la falta de pelo, nada hacía prever en aquellas fotos lo que podría cambiar sus vidas unas horas después. Y digo horas porque según me contó Julia fue Pedro quien la acompañó a casa, habían decidido rematar la noche dándole la bienvenida a la mañana con un chocolate con churros, pero Sonia estaba un poco preocupada por haber dejado a sus dos hijos tantas horas con una nueva canguro y animó a ambos a que disfrutaran del desayuno sin ella. Y eso hicieron, se fueron los dos solos y entre olor a aceite requemado y chocolate hicieron un resumen de la noche y quedaron en volverse a ver pronto.
Julia me estaba asustando.
—¡Ay Marisa, tantos años teniendo a Pedro en clase en el pupitre de atrás y no darme cuenta de esos ojos azules, te aseguro que esa noche me parecieron océanos ofreciéndome un chapuzón en el más profundo deseo!
Según ella esa misma noche lo sedujo, claro que ella en eso tiene sobrada experiencia, conquista con la misma rapidez que se adjudica un tiempo de descanso para deshacerse de la caza. Por lo visto Pedro se lo había pasado tan bien que hasta se había olvidado de la edad que tenía, y le insinuó que estaría encantado de acompañarla en alguna que otra salida de las suyas, claro está sin su mujer. Y como Julia se acostó soñando que nadaba en el mar de sus ojos no tardó en invitarlo al día siguiente a tomar una copa, y en menos de una semana estaban los dos disfrutando de una suite con vistas, jacuzzi, una botella de Moët & Chandon y fresas. Mientras me lo contaba no podía parar de pensar en Sonia, en ese matrimonio, en los hijos en común y en la irresponsabilidad de ambos. Me comentaba que llevaban dos meses y medio viéndose todos los martes por la tarde en el mismo lugar con el mismo deseo, las fresas y el champagne. Pedro le ha prometido que antes que llegue a celebrar el próximo aniversario con su mujer habrá pedido el divorcio, la señal de que ha dejado a su mujer la encontrará un día entre las fresas, ella presiente que será un anillo de diamantes.
Supongo que mi cara era un poema y la suya un verso terminado, porque nos quedamos en silencio y me observaba con cara de rebobinar toda la conversación y contársela a las ocupantes de la mesa de al lado, pero no, me eligió a mí justo cuando salía de aquel autobús, cuando justo unos minutos antes acababa de encontrarme con Pedro Guzmán en una floristería de un centro comercial, donde estaba redactándole a la florista un mensaje para una tarjeta que ubicaría en un precioso ramo de rosas rojas: "Doce rosas por estos doce años juntos, por ser la madre de mis hijos, por ser la mujer de mi vida, por todo y más te quiero Sonia ¡Feliz Aniversario!".
—¡Ah Patricia, no se olvide de engancharle en el lazo el anillo, que pueda verlo nada más ver la nota y sobretodo, que no se pierda que es un diamante y...!
Y cada martes Julia se come las fresas con sumo cuidado y esperanzada de encontrar su anillo, el resto de la semana seguirá soñando que está al caer irse a vivir junto a él y posiblemente si todo sale como lo planea, antes de cumplir los 34 Julia podrá cumplir su sueño, ser mamá, eso sí, nada de boda, eso lo tendrá bien clarito.

sábado, 22 de diciembre de 2012

Algo o alguien imprescindible

Se nota que María se ha adaptado a mi carácter con facilidad, ya conoce todas mis manías y no le falta detalle alguno para conmigo, a primera hora de la mañana ordena, limpia y prepara el rincón donde paso la mayor parte de mi tiempo, ya se cuida ella que estos dos grandes ventanales estén impolutos, ni que tuviésemos niños por aquí dejando las manitas marcadas.
Me mantengo sentada aquí horas y nunca pensé que mi mayor distracción sería contemplar a la gente tras una ventana, aunque he podido comprobar que me gratifica más que la televisión, que sólo ponen programas para irritarnos, voceríos y peleas llamados debates, chismes comprados y alguna película con más drama que la propia vida. Ya tuve bastante en la habitación del hospital compartiendo televisor con la compañera de habitación, yo sin necesitarla y ella no dejaba de echar monedas para que el aparato no dejase de emitir luz y voceríos, menos mal que sólo estuve cinco días, alguno más y habría acabado por cargarme el televisor en algún momento en la que ella quedaba kao con el mando en la mano. Si al menos me hubiese tocado el lado de su cama con aquel espléndido ventanal habría sido menos sufrida la convalecencia. Añoré tanto observar por la ventana de aquella habitación que cuando llegué a casa me habilité una mini estancia en el rincón más luminoso de casa, el salón, en él tengo sol prácticamente todo el día porque es diáfano.
Desde que llegué del hospital la vida a través de ese gran ventanal se me antoja interesante.
Cada mañana, después de asearme, María prepara el desayuno para ambas, lo tomamos aquí juntas, al lado de esta ventana, ella conoce algunos transeúntes y me ayuda a saber de ellos y organizar sus vidas a nuestro antojo. Empezamos a despellejar a algunos que son asiduos a hacer los mismos gestos a diario, luego recoge la mesa y empieza con sus tareas de limpiar sobre limpio y hacer la comida. Siempre he sido muy independiente y desde que enviudé me he vuelto muy exigente, el hecho de tener que depender de alguien extraño que soporte mis manías y encima tenga que soportar yo las suyas me resultaba un poco incómodo y difícil de aceptar, pero he de decir que la recomendación de mi cuñada Luisa fue acertada –con esta chica no vas a tener problemas, es seria y responsable con su trabajo–. Y tenía razón.
Desayunamos, comemos y cenamos juntas y cuando ha terminado de limpiar lo que sigue limpio se sienta conmigo, algunas tardes echamos unas partidas al dominó, al parchís o la oca, los clásicos juegos de mesa que según María nunca fallan y entretienen. Otras veces enciendo un rato el televisor que aunque no me lo pide el cuerpo sé que a ella le gusta, veo como se queda hipnotizada con esos chismes y empieza a cambiar canales, a cual peor, pero claro, la entiendo porque estar conmigo debe resultar aburridísimo, no es cuestión de estar las dos aquí conversando con el silencio de nuestras respiraciones, sobretodo cuando oscurece y lo que ocurre en la calle pasan a ser sombras con algún haz de luz cuando pasan bajo las farolas, la de veces que me pregunto qué clase de transeúntes andarán a esas horas, cómo serán sus vidas.
Esta mañana nos hemos reído un rato con sólo observar la zona del kiosko de Emilio, como cada mañana hemos visto a Joaquín pararse delante de la pila de diarios y revisar la mayoría de ellos, los abre cono si fuesen suyos, pasa las hojas humedeciéndose el pulgar y con gran rapidez se lee los titulares, luego los vuelve a plegar y dejar en su lugar, eso sí, antes de marchar se pide un paquete de pipas que se come en la plaza de al lado rodeado de palomas, no entiendo como Emilio deja que haga eso, si todos hiciéramos lo mismo no vendería ni un periódico. Y como hoy era miércoles tocaba la llegada de Berta con su impaciencia pegada a su uniforme negro, Berta es una de las peluqueras de la calle, y digo unas porque hay tres, será que la calle se merece que la peinen. Berta siempre va a piñón fijo, compra cuatro o cinco revistas, de esa prensa rosa que nos colocan frente a los espejos o secadores; debo ser la única que ni las mira de reojo, a saber cuántos pulgares sobados de saliva han pasado por esas páginas.
Pero hoy el remate ha sido el portero del bloque de enfrente, un tal Mario, es la tercera semana que lo vemos merodear por el kiosko con las manos en los bolsillos, mira de un lado a otro como si estuviese a punto de robar algo y huir como un niño en una tienda de golosinas, pero no, lo que hace es esperar a que no pase nadie cerca para comprar un par de revistas porno. He de decir que sabemos que son revistas porno porque están colocadas en un sitio estratégico para no ser demasiado vistas por los niños que merodean por allí, al menos eso dice Emilio ¡Qué iluso Mario, si supiese que estamos aquí María y yo con nuestros ojos puestos para ver sus movimientos! y me refiero a los movimientos de la compra, porque los que hará después en su intimidad pasando hojas de papel cuché a todo color ya se lo dejamos a...
Esta mañana, la visita al kiosko de Mario nos ha pillado desayunando y casi nos atragantamos con el bizcocho, y no era por seco ni por falta de café, sino porque María se ha puesto a imitar a Mario con sus revistas pornográficas en horas ociosas y hasta me ha dicho que lo mismo cuando bajase a hacer la primitiva se pasaría por la portería a ver si lo pillaba infraganti, la película que ha montado imaginándose la escena me ha hecho reír tanto que he cogido hasta dolor de estómago. Ya le he dicho que en cuanto mejore y pueda salir por mi propio pie quiero que me acompañe al grupo de teatro en el que a veces colaboro, ese don que tiene María tiene que exprimirlo, encima transmitirá al grupo mucho humor que buena falta nos hace.
Para que luego digan que la televisión es el mejor entretenimiento, a mí con esta mujer no me hace falta alguna. Ahora mismo sale un olor de la cocina que merece un premio, y en lugar de describirlo voy a ver si puedo acercarme con ayuda de mis muletas a la cocina y probar la comida mojando un trocito de pan, ya sé que cuando me vea aparecer por la cocina me reñirá y es entonces cuando le contestaré: –Pero María, si es que este aroma que inunda todo el piso hace que se pongan en pie hasta los dolores ¿no crees que este es el mejor signo de recuperación que puedes ver en mí?– Ella se reirá y me cortará un trocito de pan con morcilla de su pueblo, rica, rica y me dirá: –Pruébela Berta, la hace Encarna y su marido, parece la morcilla que hacían en el pueblo de mis padres, esto sí levanta lo que haya que levantar...– Me miró con cara de pícara y nos volvimos a reír, supongo que pensando en Mario.
Ya le voy diciendo que cuando esté recuperada quiero ampliarle el contrato para que siga mimándome y haciéndome pasar gratos momentos, está claro que cuando envejecemos nos vemos en la necesidad de necesitar o de buscar algo o alguien que sea imprescindible, hoy María es ese alguien y la ventana ese algo.

Más sobre estos personajes aquí

viernes, 7 de diciembre de 2012

Cadillac solitario


Llegó asustada, aturdida, reconocí su voz al hablar con la enfermera en la ventanilla de la sala de urgencias, escuché como le decía que había venido sola, que las molestias que sentía le habían sorprendido entre la pescadería y la panadería, que no atinaba a llamar por teléfono a su marido o hijos; mientras la enfermera la tranquilizaba me detuve para interrumpir la conversación, agregué que yo la conocía y quería ser la acompañante hasta que llegasen sus familiares, fue una casualidad que me encontrase allí, justo cuando marchaba de mi cita de traumatología. Ana me miró sorprendida y me abrazó con gran entusiasmo, como si hubiese visto a su ángel de la guarda, la verdad es que me pregunto la de veces que ella llegó a ser el mío. Hicieron pasar a Ana para un reconocimiento de urgencias, a mí me pidieron que estuviese atenta en la sala de espera, todo apuntaba a un posible infarto, me quedé con las pocas pertenencias de Ana, una bolsa isotérmica con pescado en su interior, una barra de pan en una bolsa de lino y su bolso, me senté y busqué el teléfono en el bolso de Ana para llamar a Fernando, su marido. Observando los números de teléfono empecé a hacer un recorrido por el recuerdo, por sus caras, sus voces, es increíble lo bien que recuerdas las cosas vividas durante la infancia.
Ana ha sido siempre una gran amiga de la familia que dejé de ver justo unos meses antes de marcharme a vivir a México. Ella y su marido tienen tres hijos, dos chicas, Elvira la mayor nacida justo un año después de su boda y Sonia que vino dos años después de nacer Elvira; ocho años más tarde, cuando ya no creían poder ver más niños correteando por la casa, Ana volvió a quedarse embarazada de Ricardo, el hijo menor. Ricardo y yo nacimos el mismo día, en el mismo hospital y con una hora de diferencia. Mi madre y Ana se conocieron en una sala de pre-parto del hospital y ahí empezó una pequeña amistad hasta la fecha, una amistad que fue anidándose en tardes de cafés, guarderías y colegios.