No es bueno estar dándole vueltas a algo y quedarse inmóvil sin indagar los motivos que causan ese bloqueo, aquella foto podía más que mis miedos, así que esa misma semana me presenté en casa de mi tía; yo le debía una historia y ella a mí un par de tés.
Me senté a su lado, extraje la foto del bolsillo de mi chaqueta a modo de insinuación.
—Veo que te has propuesto proteger esa foto.
—Sí, el mismo día que me la diste reciclé un pase de feria que tenía en un cajón, así evitaré que se estropee.
—Bien hecho, todas las fotos tienen algo especial pero algunas hay que atesorarlas más que otras. Yo de tanto observar la vida detrás de un objetivo me he acostumbrado a imaginarme historias y creo que en la tuya voy a estar poco equivocada. Anda, háblame de ese instante, de esa sonrisa de...
—Maica.
Agradecí su confianza y franqueza, así que empecé a describirle a mi manera y casi como un cuento lo que provocaba aquella foto en mí.
—Érase una vez… —empezamos a reinos mientras saboreábamos la primera taza de té y antes de echarme atrás y como si no tuviese otra oportunidad seguí con la historia—, ya sabrás que en el barrio existían dos pandillas, ambas identificadas con insignia, nombre y como no, con un líder.
Éramos críos pero nuestras leyes territoriales las defendíamos a sangre, bueno más bien a base de patadas y piedras. ¡Qué habría sido de nuestra infancia si no hubiesen existido las pandillas! Jugar a fútbol o baloncesto era lo habitual, pero las tardes más importantes eran las que surgía una travesura tras otra; recorríamos el barrio en bicicleta o patines, que de ese modo si nos metíamos en líos con el bando opuesto podíamos escapar rápidamente del territorio ajeno.
En nuestro grupo éramos seis chicos y cinco chicas, Maica siempre decía que hacíamos el número perfecto para formar un equipo de fútbol pero el resto de chicas se oponían a la idea de andar detrás de un balón, les resultaba poco femenino.
Sabíamos cuando Maica se enfadaba con alguna de ellas porque se acercaba a nosotros para improvisar un partido, a pesar de saber que acabaría con moratones en las piernas y embarrada hasta las rodillas se entregaba como el que más intentando llevar el balón a una portería improvisada con dos piedras a modo de poste; no necesitábamos árbitros, ni áreas, ni líneas laterales, sólo defender un balón y sumar goles.
Maica se hacía respetar, sobretodo por su carácter que cambiaba como el tiempo, cuando la veías contenta y risueña nos contagiaba a todos pero cuando se enfadada lo mejor que podías hacer era desaparecer y no contradecirla, de lo contrario podías recibir alguna palabra que dolía más que un guantazo, quizá por eso se ganó el puesto de líder.
De todas las chicas Maica era la mayor en meses pero la menos desarrollada físicamente, a esa edad y entre nosotros ya nos fijábamos y comentábamos cual de ellas utilizaba sujetador y Maica no estaba en esa lista, ni si quiera se la veía presumir o flirtear con chicos.
Pero llegó ese día en el que ella y su cuerpo se pusieron de acuerdo con el universo para sorprenderme.