De norte a sur y de este a oeste he ido dejando reflexiones, pactos, bosquejos y cosas por fotografiar. Le he robado a Huelva algo de su sierra entre el azafranado río Tinto, atardeceres en playas extensas y esa gracia con olor a sal.
A Cádiz un poco de su chispa, algo de sus marismas, y esa Doñana mimada entre dunas de pinares, retamas y lavanda. A Sevilla una pizca de su cielo extenso, olor a jara y azahar, un poquito de incienso y ensayos cofrades de Semana Santa.
Agradecida a ese Trujillo victorioso por haberse dejado conquistar, y que no se ponga celoso por desgastar las dehesas y robarle a Cáceres su románica belleza.
Al resto de lugares que por falta de horas han quedado en la agenda o pasé por casualidad. he dejado una fortuna en miradas, una cuantía de suspiros y un "aquí hay que regresar".
sábado, 12 de abril de 2014
domingo, 6 de abril de 2014
Necesito un pueblo
Cada vez que te escucho decir —¡nos vamos cuatro días al pueblo!— pienso que se me escapa otra oportunidad, y mientras pienso en como retenerla ya te has ido.
Si pudiese fabricar la valentía no me habría tirado cuatro días preparando una carta para pedirte que no te fueras o incluso para decirte que aunque te vayas seguiré esperándote, de nuevo en mis manos una carta que no tocará las tuyas, una carta que describirá mis miradas mudas y mis silencios sordos, una carta con palabras ciegas que se han acostumbrado a quedarse aquí, dejándome el sabor de no haber encontrado el momento por no reconocer que no encontré el valor.
Hace cuatro días que te fuiste y sigues en ese pueblo que he llegado a odiar sin tan si quiera visitarlo, aunque sé que no es odio sino celos, celos de pensar que ese chico que tanto nombras a tu vuelta haya conseguido más en cuatro días que yo en tantos años a tu lado.
Lo reconozco, necesito un pueblo donde jugar en callejuelas blancas y silenciosas siestas, un pueblo donde esconder mis miedos en sembrados de trigo con amigos nuevos, un pueblo con desayunos sin prisas y cenas sin horas, un pueblo con bicicletas sin frenos y libélulas sorteando charcos, un pueblo con olor a lavanda y jazmín, o lo que es lo mismo, necesito un pueblo donde poder olvidarme de ti.
Si pudiese fabricar la valentía no me habría tirado cuatro días preparando una carta para pedirte que no te fueras o incluso para decirte que aunque te vayas seguiré esperándote, de nuevo en mis manos una carta que no tocará las tuyas, una carta que describirá mis miradas mudas y mis silencios sordos, una carta con palabras ciegas que se han acostumbrado a quedarse aquí, dejándome el sabor de no haber encontrado el momento por no reconocer que no encontré el valor.
Hace cuatro días que te fuiste y sigues en ese pueblo que he llegado a odiar sin tan si quiera visitarlo, aunque sé que no es odio sino celos, celos de pensar que ese chico que tanto nombras a tu vuelta haya conseguido más en cuatro días que yo en tantos años a tu lado.
Lo reconozco, necesito un pueblo donde jugar en callejuelas blancas y silenciosas siestas, un pueblo donde esconder mis miedos en sembrados de trigo con amigos nuevos, un pueblo con desayunos sin prisas y cenas sin horas, un pueblo con bicicletas sin frenos y libélulas sorteando charcos, un pueblo con olor a lavanda y jazmín, o lo que es lo mismo, necesito un pueblo donde poder olvidarme de ti.
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