Fueron escasos segundos los que me mantuve poseído ante aquellos ojos verdes.
—¡Qué sorpresa Elena! Adelante, pasa, me cambio de zapatos y luego si te parece bien podemos ir a tomar algo—, avancé por el pasillo que llevaba al salón, Elena se encargó de cerrar la puerta mientras se quejaba:
—Pero bueno, ¡qué bienvenida es esta! llevamos meses sin vernos y...
Tenía razón, me había pillado tan de sorpresa su llegada que se me había olvidado saludarla como de costumbre, me giré, puse un par de dedos en sus labios a modo de silencio y luego impulsivamente la abracé, fue un momento sumamente especial, momento en el que tuve claro que si me ofrecían un último deseo antes de morir querría que fuese estar entre sus brazos. Elena interrumpió aquel trance poniendo sus manos a ambos lados de mi cara y mirándome a los ojos me dijo:
—No pensarías que me iba a quedar sin ver tus ojos mientras me vuelves a contar lo de tu viaje a Pekín para ver a... ¿cómo se llama?
Elena tenía la peculiaridad de advertir si mentía con sólo mirarme a los ojos, aquel abrazo hizo que ni me acordase de lo que me había inventado hacía unos minutos para no acudir a su boda, pero si Elena seguía mirándome así conseguiría descubrirme; de momento tenía que solventar que a mi mentira le faltaba el nombre de una mujer, escuché a la vecina de arriba moviendo muebles y elegí si pensarlo su nombre.
—¿Te refieres a Olga? —Disimulé entrando en mi habitación en busca de mis All Star, cuando alcé la vista encontré a Elena chafardeando en mi cuarto mientras me regalaba el aroma fresco y peculiar de su piel.
—Bien, primera pista, me temo que tendré que hacer de policía para poder sacarte algo más que su nombre.
La astucia de Elena iba más deprisa de lo que presentía, tenía que darme prisa para salir de aquella habitación, cualquier despiste mío lo utilizaría para sonsacarme la verdad.
—Si hubiese sabido que venías habría ordenado un poco este cuarto. Bueno cuando quieras marchamos, ¿no te apetece una cerveza bien fresca?—. Ella seguía inmersa con sus cinco sentidos moviendo cualquier objeto que pudiese darle pistas de algo nuevo en mi vida, se fijó en una foto enmarcada que había en una estantería, una foto que nos hizo mi padre en la playa cuando teníamos escasos siete u ocho años, en ella estábamos mi hermana Carlota, ella y yo.
—¡Uy, cuánto tiempo hace ya de esto! ¿Y cómo es que tienes esta foto aquí?
—Fue un regalo de Carlota en mi vigésimo cumpleaños, ¿recuerdas que ese día vinieron a rescatar un cachalote que quedó varado en la orilla? Carlota lo pasó muy mal ese día viendo que no podían hacer nada por aquel cetáceo, creo que aquel trauma hizo que se apasionase por la biología marina, siempre dice que esa foto significó un comienzo para ella.
—No me extraña, está preciosa en esta foto, siempre tan morenita.
—Tú también estás guapísima aunque un tanto triste.
—Bueno, triste estamos los tres, lo que llegamos a llorar al ver la agonía de aquel animal. Y lo bien que captó tu padre ese momento de angustia e incertidumbre. ¿Habría posibilidad de tener una copia?
—Supongo que sí, moveré cielo y tierra pero ahora ¿qué tal si nos marchamos? dice una leyenda urbana que a partir de las ocho de la tarde ya no queda cerveza en El Xiringuetti.
—¿No tienes cervezas en casa? Es que no me apetece mucho salir.
—Venga mujer, ¿cuánto hace que no compartimos una birra juntos? además, es viernes—, impulsivamente la cogí de la mano dirigiéndome hacía la salida mientras ella seguía haciéndome preguntas:
—¿Por qué no tienes alguna foto de Olga en tu habitación?
—Sencillamente porque no necesito tener a mi familia haciéndome preguntas sobre ella, ya tengo bastante contigo, además, llevamos poco tiempo y...